martes, 22 de febrero de 2011

Primer parto. El Hogar Comunitario

 

Era Martes y, al día siguiente, no teníamos que ir a Luna Maya porque era feriado (fiesta). Ese día empezaba mi guardia pues la otra estudiante se iba tres semanas de vacaciones. El día anterior, mi compañera tuvo su examen semestral. Aprendí muchísmas cosas nuevas, como si hubiera entrado en 25 consultas a la vez. Fue muy divertido y productivo. Después de una larga e intensa jornada, me fui a casa, me duché, cené y me senté a leer en el salón, relamiéndome porque en breve me iba a ir tempranito a la cama ¡y podía dormir sin límites! Tenía todo un día libre por delante. Pero, de repente, suena mi teléfono… “Hay una mujer de parto en el Hogar Comunitario”. Ok, vamos allá. A las 10 de la noche llegamos al hogar comunitario. Había oído mucho hablar de este lugar pero nunca había estado allí. Sólo conocía a un par de mujeres que trabajan ahí pero, en ese momento, no estaban.
El Hogar Comunitario es una casa que, entre otras cosas, acoge a mujeres embarazadas que están o han sufrido situaciones de violencia. Si bien allí tienen un cuarto de partos (es nuevo), es una energía bien diferente a la de Luna Maya. Suelen ser mujeres indígenas, de comunidades cercanas a San Cristóbal de las Casas. Llegan unas semanas antes de parir, paren y, luego, cuando tienen más o menos “resuelto” dónde ir, se van. Hay un sistema de adopción para las que no quieran quedarse con su bebé.  Y hay enfermeras para cuidarlas que hacen turnos de 24 horas conviviendo con ellas en el hogar.
Al llegar estaba la enfermera de guardia, una chica muy jovencita, también indígena, y la mujer de parto (22 años). Cristina me dejó allí porque aún faltaba bastante. Fue una noche muy larga, dormí una hora gracias a que éramos dos y nos turnamos. La bebé estaba posterior, entonces nos pusimos manos a la obra con el rebozo. La mujer se colocaba a cuatro patas, las nalgas hacia arriba y la manteábamos y le golpeábamos suave pero intensamente sobre los isquiones. Así  como diez minutos (calculado a ojo, claro). Luego se acostaba de lado. Al rato volvía a ponerse a cuatro patas y la manteábamos. Luego se acostaba del otro lado. Al rato otra vez manteo…. Y así estuvimos hasta las 7 de la mañana, vuelta y vuelta entre manteo y manteo.
A las 7 decidió meterse en el agua, así que estuvo en la bañera hasta las 9 de la mañana. Luego salió y empezó a bucear en lo profundo de su alma. Simplemente lloraba. Pero lloraba cada vez más intensa y profundamente. Quién sabe en qué lugares se estaría metiendo, qué episodios del pasado estaba trascendiendo. Lo poco que yo sabía de su historia es que estaba muy sola. El papá de la criatura desapareció y su familia no la apoyaba nada, no sabía qué iba a ser de ella, sólo que quería quedarse con su niña, pero ni idea si iba a poder volver con su familia. Suficiente para llorar ¿verdad?
Me sorprendió mucho su llanto profundo. Nunca había estado en un parto así, con una energía tan densa, con tanta tristeza y soledad. Agradecí a la vida que la enfermera y yo, al menos, hubiéramos pasado toda la noche acompañándola. Agradezco a la vida que esa mujer guerrera se atreviera a transitar por su oscuridad y trascendiera su historia, reconectando con su fuerza para poder dar a luz.
A las 12.30 am nació su hija, dentro del agua. Un nacimiento suave, sin desgarro. Una bebé bien despierta, con los ojazos abiertos, tranquila ¡y mucho pelo en su cabeza! Quedaron ratito en el agua y la bebé flotaba sostenida por Cris. Se respiraba mucha paz. La placenta la alumbró en tierra, sentada en la silla de partos. Cuando se iba a levantar para ir a la cama, medio se desmayó. Así que la acostamos en el piso, la asistimos y después la llevamos a la cama con una camilla portátil, plegable, que Cris lleva en su bolsa de partos. Me pareció un invento genial: una tela rectangular, con unas correítas para sostener a la persona. Sencillo, rápido y fácil.
Fue un parto bien bello, suave. Yo también estuve transitando por mis lugarcitos recónditos, por mis dudas, mis miedos y mis resistencias…. Abrirme a una energía tan diferente fue un trabajo bien importante para mí. Por mucho que te cuenten de las mujeres del hogar, de la violencia, del abandono, del maltrato… Hasta que no vives y sientes esa energía no eres capaz de imaginarte cómo va a ser. No lo pasé mal, simplemente me abrí a darme cuenta cuán diferente iban a ser los partos en los que estuviera a partir de ahora. Ya no iba a estar al lado de mujeres que deciden conscientemente embarazarse y tienen un compañero a su lado, o una red social, o un “estado que las apoya”(entiéndase, comparando con el ” 1º mundo”). Realmente aproveché la oportunidad de abrirme a esa nueva energía, a veces densa, a veces dura, cruda, pero que, en el fondo, está sostenida, como todo, como siempre, POR EL AMOR.
Llegué a casa como a las 7 de la tarde, agotada, teniendo que digerir y colocar bastantes cosas aún. Al volver en el coche Cris me preguntó “qué tal estás” (como no había dormido más que una hora) y le contesté “mañana te digo porque ahora estoy un poco revuelta y tengo una visión demasiado distorsionada”. Efectivamente, al día siguiente, todo se veía de otra manera.
No hay nada como dejar posar las cosas, tener paciencia y confianza….
Así fue el primer parto que acompañé en Chiapas, en el hogar comunitario, una mujer trece años más joven que yo, sola y decidida a tener a su hija y no abandonarla. Una experiencia inolvidable.
Namasté.
                                  

1 comentario:

  1. Que afortunadas son de tenerte a ti cerca en esos momentos. Sé de lo que hablo. Te echamos muuuuuuuucho de menos aqui en el primer mundo.

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