domingo, 28 de noviembre de 2010

¿El principio?



Sentada frente al mar mediterráneo, junto a mi madre, le dije: “quiero ser partera”. Todo mi ser vibraba, pulsaba al ritmo de mi alma. Algo dentro mío había hecho emerger esas palabras, como si vinieran de lejos. Nunca antes me había planteado algo así y ahora mis labios pronunciaban este deseo profundo.
Quedé impactada al enterarme de que, en España, la carrera de matrona (como se llama allí a las mujeres que asisten partos) era una especialidad de enfermería. Realmente no lo entendí. Fue como si mi cerebro hubiera cortocircuitado. No me parecía lógico. Claro que lo que es lógico para unos, puede que no lo sea para otros…
No comprendía qué tenía que ver la enfermería con el nacimiento. Pensé “quizá no es este mi camino” y me olvidé del asunto.
Cuando llegué a Madrid, comencé a impartir clases de yoga, creyendo en ese momento que esa sí era mi labor. Pero no tardé mucho tiempo en volver a sorprenderme. La vida es muy mágica y, si algo está destinado a ser, es. En ese momento se estaban tejiendo todos los hilos de la red que me atraparía para siempre. Si me hubieran dicho que me iba a suceder todo lo que aconteció, no estoy muy segura de haberlo creído.
Ocurrió que fueron llegando mujeres embarazadas a recibir yoga. Yo estaba encantada de darles clase y aprendía mucho con ellas. Un día una de ellas me comentó que el día 18 tenía cita para parir. Yo abrí los ojos bien grande. Otra cosa más que no me encajaba. Siempre había pensado que el parto empezaba y luego ibas al hospital. ¿Cómo se podía entonces tener cita para parir? Así fue como conocí las inducciones.  Ese parto terminó en cesárea, después de 24 horas de inducción y sufrimiento fetal (y no te cuento el de la mamá y el papá).
Otro día una alumna me comentó “yo preferiría que me durmieran entera y me lo sacaran y no enterarme de nada”. Un frío profundo recorrió mi espina dorsal. ¿Qué estaba pasando que yo cada vez entendía menos?
Esa mujer parió estupendamente sin anestesia y quedó feliz. Pero en mi interior surgían infinitas preguntas. ¿Qué era lo que estábamos haciendo como especie? ¿Cuán lejos aún pretendíamos llegar en nuestra desconexión con la naturaleza? ¿Cuánto más íbamos a alejarnos de nuestro instinto? ¿Y de nuestra intuición? ¿Para qué servía tanta postura de yoga, tanta respiración, si luego entrabas en un hospital y te anulaban? ¿Qué lugar podía dejar a todo lo que yo sentía, en una sociedad tan absurda? ¿Había más gente que pensaba como yo?

Continué dando clases de yoga a embarazadas y mamás con bebés. A veces sentía que toda la labor que hacíamos en clase era inútil, que era imposible que pudieran llegar a utilizar estas técnicas en los fríos paritorios bajo órdenes que iban contra la naturaleza del acto. No estaba desanimada pero me parecía que había piezas que no me encajaban en este puzle.
Llegó el verano y quiso la vida que pasara “por casualidad” una noche en casa de una amiga de Bilbao. Allí vi un tríptico que anunciaba a unas mujeres que acompañaban durante el  embarazo, parto y posparto. Mi amiga me dijo “eso te va a gustar a ti”. Me quedé con la palabra doula rondando en mi confusa cabecita. Y continué viaje hasta los bosques de Galicia.
Tuvo que pasar otro año de clases y relatos que no me cuadraban, pero en mi interior se estaba gestando algo que ni yo misma sospechaba.
Pasé un verano muy intenso en una cueva junto a la Mar….¡Ay, la Mar! ¡Cuántos mensajes me trae siempre! Y, entonces, sucedió: volví a Madrid y puse la palabra “doula” en internet y ¡ta chan! Apareció un curso de siete meses en Barcelona. Mi corazón brincaba que parecía que iba a salir volando de mi pecho. Otra vez todo mi ser pulsaba. Algo más grande que la fuerza de un huracán me dijo SI. Y me puse manos a la obra. En esos momentos mi economía no era muy boyante  y tuve que pedir dinero prestado para la matrícula. Estaba ansiosa, emocionada, como una niña pequeña. Aún faltaba para empezar el curso pero tenía tanta ilusión que ¡hasta me hacía ilusión la espera! Me lo estaba saboreando.
Unos días ante me compré el billete de autobús y me empecé a sentir rara, como si me fuera a morir. De hecho, el día que monté en el bus, sentía que me moría. Era una sensación muy intensa. Llegué a Barcelona y tomé un tren de cercanías para alojarme en casa de las personas que se habían ofrecido. ¡Otra grata sorpresa! Justo me hospedaba en casa de una de las organizadoras del curso. Era increíble. Me contó de sus comienzos, de los principios de la asociación, de los pormenores, de las vivencias bonitas y de las más duras. Yo estaba como flotando, en una casa preciosa, con un jardín bellísimo, al lado de una mujer encantadora y dispuesta a contármelo todo.
Al día siguiente me vi sentada en un círculo de 30 mujeres. Había una energía bien intensa, muy poderosa, algo que aún no había tenido oportunidad de experimentar en esta vida. Cuando me tocó el turno de presentarme dije mi nombre, que era profe de yoga, bla,bla y, LO MÁS IMPORTANTE: que era la primera vez en mi vida que sentía que estaba en el lugar adecuado, en el momento adecuado, con las personas adecuadas, haciendo lo que de verdad quería hacer. ¡Lo que lloramos de emoción todas ese día!
El primer fin de semana del curso fue inmejorable. Estuvimos trabajando con rebirthing y yo descubrí muchísimas cosas sobre mí. Hacía unos años había hecho un trabajo con mi maestro de yoga samkhya en el que tenías que escribir tu autobiografía hasta los 25 años. Pero ahora se abrían otras puertas respecto a mi nacimiento y los primeros años de vida. En realidad, se abrían unas puertas gigantes al principio de un camino que no tiene marcha atrás.
Y así intenté regresar a Madrid. Me perdí por Barcelona, era incapaz de encontrar la estación de autobús. Me sentía aturdida, confusa y feliz. Al llegar a mi casa entendí por qué antes de ir para el curso había sentido que me moría. Y es que morí. Algo muy grande se murió dentro mío. Algo que ya no iba a necesitar.  Algo que no sabía explicar qué era exactamente. Pero se murió.


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